miércoles, 9 de junio de 2010

ALGO, EN CIERTO MODO, INEVITABLE



Con solo apretar una tecla todo se fue al traste. Félix, el empleado modélico, el astuto emprendedor, el combativo capitán del equipo de rugby de la universidad, el sagaz negociador, el ínclito aprendiz de prohombre que con sus incursiones en la política había encarnado la joven esperanza del partido neo conservador, cambió el curso de los acontecimientos sin pestañear, con la naturalidad de quien revisa un balance, o elimina un correo electrónico.
Aunque aquello no fue tan repentino, lo había preparado durante algún tiempo. Como se rumoreó más tarde en la soleada terraza del club de hípica, esas cosas no es posible improvisarlas, nada de eso. Y ciertamente, se comprobó que la valiosa rúbrica de Félix estaba estampada en los documentos desde hacía más de una semana, los plazos, controlados magistralmente, y una alternativa diseñada para cualquier posible contingencia. Como un genial estratega, con sus plenos poderes, había ido tejiendo una consistente red por la que el destino de aquellos fondos era inapelable. Días después, entre copas de Martini y puros habanos, en la tranquila y perfumada atmósfera de los clubes sociales, la gente hablaría; los visionarios se jactaban de haberlo previsto, de intuirlo por algún que otro gesto, y sus más allegados callaban o simplemente rehuían cualquier comentario al respecto de la gran noticia.
La mañana en la que todo cambió, Félix salió de casa pronto, bañado en perfume caro, en los puños sus gemelos de la suerte se entreveían bajo la americana de lana fría. Anudada al cuello, bajo la prominente nuez, una bella corbata de seda, y en la mano, su portafolios de Loewe, en el que guardaba más secretos de los que nadie hubiese imaginado. Cuando bajó al garaje se cruzó con un vecino, que le dio los buenos días, y entró en su enorme coche de camino a su sesión diaria de gimnasio. Ginebra no es muy grande, y sobre todo no existen tantos gimnasios en los que uno pueda confiar, le decía su amigo Thomas mientras se cambiaban juntos en el vestuario, así que allí vio a varios altos ejecutivos de su misma firma, que posteriormente recordarían aquel encuentro una y otra vez, en busca de algún indicio válido para explicar el comportamiento de su colega.
Unos meses atrás, la carrera de Félix había alcanzado su punto álgido, cuando fue elegido para defender a la compañía ante un auditorio hostil. Se les acusaba de especular con alimentos básicos, como el trigo o el arroz, y así incrementar el precio del sustento básico de millones de personas. Lo que llegó como un encargo complicado, que podría haber hundido su carrera, se convirtió en su consagración como una persona locuaz, capaz incluso de convencer a los beligerantes representantes de las ONG’s. Su actitud firme pero dialogante, su convincente sonrisa, consiguió las adhesiones de unos cuantos y calmó la ira de otros. Durante unos meses, en Ginebra no se habló de otra cosa.
Pero hasta lo más increíble puede suceder en un momento, las estructuras más fuertes resultan endebles frente al poder del destino. Sin embargo, aquella mañana nadie pudo hallar una sola señal, reveladora de lo que más tarde sucedería. Ni el desayuno con los demás gerentes de zona, ni su habitual lectura de la prensa cambiaron lo más mínimo. Félix departió amistosamente con sus compañeros, y apenas un ligero temblor en su mano se podía percibir si se le observaba detenidamente al coger la taza del café. Cuando acabó su desayuno laboral, como se supo después, realizo unas cuantas llamadas de teléfono y solicitó a Chantal, compañera de sección, informes varios que servirían de cortina de humo a aquel plan, urdido hacía ya algún tiempo.
Antes de casarse, Chantal y él tuvieron más de un encuentro, y más de un desencuentro. Únicamente sexo fugaz, dirían mas tarde, un alimento necesario para sobrevivir en aquel ambiente hostil, lejos de casa. Él español, ella francesa, y los dos jóvenes y bellos. Ambos con una enorme capacidad de trabajo y preparados para el sacrificio. Pero todo tiene un límite, y la noche traiciona en ocasiones la firme voluntad de no mezclar asuntos laborales y sentimentales. Sin embargo la dirección de la empresa es irreductible en sus planteamientos, y no tolera ese tipo de escarceos, que como todo el mundo sabe, son un perjuicio para la actividad profesional. Así que Chantal tomó unas vacaciones forzosas, para reflexionar, y se reencontraron unas semanas después. A partir de aquello, su trato era distante, únicamente profesional. Él mantuvo su ascenso, pero a ella le costó la carrera. Luego llegó la boda de él, y con ello su cambio de estatus. Lidia era la hija única de uno de sus mayores inversores.
Al mediodía, Félix comió con un importante agente de bolsa, que semanas después, al ser preguntado, diría que percibió en su voz cierta aceleración, como una conversación más atropellada, una inusual excitación. Y ciertamente en aquellos momentos se sentía como una cabina estanca, como un enorme bunker que hacía imperceptible desde el exterior, el enorme estruendo que vivía por dentro. Había empezado la cuenta atrás, y sabía que en aquellos momentos, más que en ningún otro, sus planes podían frustrarse irremisiblemente.
De hecho, su proyecto no anduvo lejos de quedar en tentativa, cuando Lidia descubrió unos papeles que había olvidado sobre el taquillón de la entrada de su casa. Félix tuvo que emplearse a fondo para darle una explicación convincente. Aquella sería la última vez que hablaría. Ella nunca se explicó nunca cuales fueron las razones de su marido para llevar a cabo tamaña afrenta a la confianza de la compañía, y a la suya. Los motivos para mandar al traste tres años de convivencia. Nunca comprendió cual era el fallo, qué propició su huida. Años atrás, cuando se conoció su compromiso, las reacciones fueron de envidia y admiración a partes iguales. Eran la pareja de moda, el ejemplo a seguir, la encarnación de un modo de vida.
Durante los meses siguientes al desastre, Lidia estuvo encerrada en casa, como atrapada en un infinito bucle de preguntas, ¿si quería huir, porqué no le dijo nada? ¿Dónde estaría, y con quién? Repasó una y mil veces los últimos días con él, en búsqueda de alguna razón para su cambio de actitud, pero no encontró nada extraño, nada revelador. Su penitencia únicamente acabó cuando, meses después rehízo su vida con un amigo de la infancia.
La consumación del plan de Félix sucedió sobre las ocho, cuando el edificio sólo lo ocupaban a partes iguales, limpiadoras y guardias de seguridad. Una vez que tuvo todo preparado, en la quietud de su despacho, entornó las persianas y puso algo de música. Bajo los majestuosos acordes de La Valquiria de Wagner, reflexionó un momento antes de darle al ordenador la orden definitiva. Luego, como cumpliendo un rito, de manera ceremoniosa, rítmica, pulsó el “Enter” varias veces. Fue como un paso en el vacío, que lo precipitó hacia el hondo abismo de lo inevitable, y lo dejó inmóvil, aferrado a los brazos del sillón, repasando las caras de aquellos a los que les dedicaba su hazaña. Antes de salir del despacho lo contempló por última vez, olía a madera noble y a perfume, a hipocresía y a éxito. Le sorprendió no sentir ninguna nostalgia al marcharse.
Al día siguiente, todos los periódicos llevarían la noticia a primera plana:
“BANCO DE INVERSIONES SUIZO ARRUINADO.- Uno de sus consejeros destina la mayoría de sus fondos a una ONG de ayuda al desarrollo.”