domingo, 26 de diciembre de 2010

EL SAGRADO CORAZON


Resultaba algo normal el hecho de que entre niños se diesen esas manifestaciones de crueldad que hubiesen sido intolerables entre adultos, al menos de manera explícita. En el Sagrado Corazón, era común que todos los alumnos se abalanzaran sobre Cipriano terminar la clase de gimnasia, y que cada uno le diera una pequeña colleja. Se diría que resultaba cómico hasta para él, que después de varios meses de curso, cuando todo acababa parecía esbozar una tímida sonrisa casi de aprobación. Al fin y al cabo, era lo mínimo que se podía esperar hacia un alumno con aquellos ademanes afeminados, sin dejar de lado su debilidad física, o el color blancuzco de su piel. El profesor, un oficial de la armada en la reserva desde hacía muchos años, contemplaba el espectáculo sin entrometerse en aquel “juego de niños” que tanto divertía al grueso de la clase. Al fin y al cabo, él había visto a muchos reaccionar positivamente y sacar pecho ante aquellas humillaciones.
Nadie se extrañaba tampoco de que Julio Santos fuera siempre el chivo expiatorio de cualquier gamberrada que hiciese la clase. Era lo más lógico en alguien con una inteligencia algo mermada, aunque sin llegar a lo patológico, y unas desmedidas ganas de llamar la atención. Se le oía gritar desde el fondo del pasillo y uno lo imaginaba moviendo su enorme corpachón entre los pupitres, deseoso de que los demás riesen ante cualquiera de sus gamberradas. Siempre andaba con el uniforme sucio, y había profesores que lo tiraban de clase nada más franquear la puerta, como medida preventiva. El resto de alumnos estaban sobre aviso de la dureza del maestro, y al fin y al cabo, se decía el maestro, Julio no solía atender a las explicaciones, por lo que no se perdía demasiado.
- Julio, fuera de clase.
- Pero hermano, si yo no he hecho nada.
- Pero lo harás si te quedas – Y toda la clase reía ante la ocurrencia del hermano Federico, que se mesaba la barba pelirroja mientras lo miraba, serio.
Como decía don Genaro, el director, todos los chicos no pueden llegar a la universidad – también necesitamos electricistas y fontaneros, ¡leñe! – Así que para él, uno de sus papeles como educadores, era realizar la criba y poner a cada uno en su sitio. En su opinión realizaban una función social, además de preservar la buena imagen de la institución de cara a los exámenes de acceso a la universidad. Desengáñate, en una clase de cuarenta- le decía el director a un profesor novato- no todos pueden ser atendidos. Así que si aislamos a los más malos y cuidamos a los buenos, el resto se decantarán por éstos últimos.
Y en esa línea del ideario oficioso del colegio, se comportaban la mayoría de los maestros. Era, por lo tanto comprensible, que todos aprobasen la conducta de alguien como Augusto Bravo, hijo y nieto de notarios, y criatura con un enorme potencial académico, que recitaba las lecciones de memoria con sólo leerlas. Es cierto que en ocasiones podía pecar de cruel, de engreído ¿pero quién no lo sería, vista su enorme diferencia intelectual con algunos de sus compañeros? Con el pelo negro, brillante y unos grandes ojos oscuros, todo el mundo quería acercase a Gus, todos percibían su fuerza atractiva.
A Julio Santos lo llamaba gordo – Oye gordo! ¿Te vienes el sábado con nosotros al cine?- Y Julio que no se lo podía creer, ir a pasar la tarde con Gus y sus amigos… – Claro tío! ¿dónde quedamos? – ni siquiera preguntaba qué película iban a ver – En la puerta del colegio a las cinco ¿vale?- Y el viernes por la noche, Julio casi no podía dormir de la ilusión. Por supuesto, al día siguiente no estaba más que Julio el gordo frente a la puerta del colegio, Gus y sus amigos habían quedado para jugar a los bolos y le habían dado plantón.
Eran cosas de niños, como tantas otras, gamberradas como recordarle a Leo que era adoptado, esconderle las gafas durante un día entero a Rafita Boix, o preguntarle a Miguel Pérez que porqué su padre no había venido a por él – Ah! Perdona tío, me olvidaba que tus padres estaban separados Que tu viejo se había ido de casa..Jajaja!!.- Eran hechos que uno tenía que entender como profesor y como integrante de la sociedad. Se trataba de formar ciudadanos de acuerdo con las exigencias de la realidad. Buenos profesionales, que como sus padres, formarían parte de los personajes más insignes de la ciudad.
Y todo discurría plácidamente en el colegio, hasta el día de la noticia.
Sin embargo todo cambió aquel día, el suceso tuvo las mismas consecuencias de una enorme explosión, violenta aunque silenciosa, una devastadora nube invisible que se extendió con mayor velocidad que una onda expansiva. A su paso, hizo añicos la normalidad de aquella comunidad, y puso en duda sus fundamentos, tan consolidados, tan aparentemente firmes. Corría de boca a oído sembrando el miedo. Algunas madres se echaban la mano a la boca, otras incluso era incapaces de reprimir las lágrimas, otras, simplemente no querían ni imaginar que les sucediese algo parecido. Los semblantes palidecieron y durante días no se escuchó ninguna risa adulta, solo susurros. Se diría que habían bajado el volumen de todas las voces al unísono.
La confusión llegó al principio con las diferentes versiones- Me han dicho que es CiprianoQue no, que no, que era Julio Santos, que yo le he visto las piernas gordas, y las Kickers en los pies- Pero tú que vas a ver, si desde que llegó la policía no se puede entrar en toda la planta – Y entrar Julio Santos por allí, preguntando por el tema, quedaba claro que se trataba de otra versión apócrifa, de otro bulo.
Hasta unas horas más tarde no se supo el nombre del alumno que se había colgado de la cisterna, utilizando como soga dos corbatas del uniforme. Pero para cuando los docentes, que aún estaban en la escuela, se enteraron de la verdad, los alumnos estaban en casa disfrutando de un día de descanso, debido al luto declarado en el centro educativo. Mientras que los profesores se cuestionaban las razones de aquella noticia tan sorprendente como cruel, los alumnos se debatían entre la pena por la muerte de un compañero, y la alegría por aquel día de descanso.
Unas horas después, cuando el patio del colegio estaba completamente vacío y silencioso como una enorme criatura sin vida, el director reunió a los maestros que allí hacían tiempo en espera de noticias. Les contó que el alumno fallecido era Miguel Pérez. El chico debió colgarse el día anterior, su madre llevaba buscándolo toda la noche. No había notas, ni nada, y preguntada su madre, tampoco en los últimos días, se habían dado aparentemente causas aparentes que lo pudiesen haber llevado a cometer tamaña atrocidad.
Al día siguiente, el colegio organizó un solemne funeral. Hubo flores y estampitas, música sacra y un enorme silencio. Se paseó el féretro por el patio, y se celebró la misa en la capilla. El obispo, rodeado de dos de los sacerdotes de la escuela, ofició una misa en la que no faltó el coro del Sagrado Corazón ni tampoco la colaboración de algunos alumnos en el momento de la lectura. Asistieron todos los miembros de su clase, vestidos de negro y sentados en las primeras filas. Al acabar la misa, los niños se alinearon frente a la madre de Miguel, y pasaron uno a uno a darle un beso y presentar sus condolencias.
Dos días después se reanudaron las clases, y lo hicieron de una manera muy distinta a la semana anterior. Tanto las horas lectivas como los recreos eran más silenciosos; Cipriano disfrutó de sus primeras clases de gimnasia tranquilas, y Julio Santos reprimió sus ansias de llamar la atención. Nadie escondió las gafas de Rafita Boix, y Gus y sus amigos parecían divertirse junto a sus compañeros. Pero todo aquello duró poco, sólo unas cuantas semanas. Sólo duró el tiempo en que todos tardaron en olvidarse de que durante la última semana de la vida de Miguel Pérez, ni uno sólo de sus compañeros se había dignado a dirigirle la palabra.

Dedicado al Colegio de los Hermanos Maristas

FIN