viernes, 12 de febrero de 2010

UN DIA CUALQUIERA



Un día cualquiera sales de trabajar, es un poco antes de lo habitual debido a una reunión que acabó antes de lo previsto. Montas en el coche y te adentras en el marasmo del tráfico en plena hora punta. La lluvia hace que la circulación sea más densa de lo habitual, el embotellamiento es desquiciante, pero conectas el reproductor de música y los parabrisas empiezan a moverse al ritmo de los conciertos de Brandemburgo. Relajado, de la mano de Bach, empiezas a hacer repaso el día, avanzando con tímidos golpes de acelerador y omnipresente el embrague, te dices que tu próximo coche tiene que ser automático. Al llegar al cruce de la Gran Avenida, la circulación adquiere fluidez y en apenas cinco minutos estás entrando en la puerta de la urbanización, giras a la derecha, y ya estás en casa.


Lo primero que te sorprende es no ver el coche de Inés en el cobertizo trasero, el hueco está vacío, como está vacío el jardín delantero de la casa donde acostumbra a jugar tu hijo Álvaro. La imagen desde la distancia te produce cierta desazón, mezcla de enfado e inquietud. Aparcas el coche y entras en la casa, el olor del hogar te provoca una sensación placentera, te devuelve las ganas de pasar una tarde en familia. Cuelgas el abrigo en el perchero y te diriges a la cocina, otra nueva visión vuelve a descolocarte; en la tetera encendida, el agua se ha consumido, pero la estancia está vacía. ´


- Inés!!... - Gritas el nombre de tu mujer.
- Hola! ¡Alvaro…!- no obtienes respuesta.
-¡Ya estoy en casa!- pero nada, nadie responde.


Subes las escaleras y haces un rápido repaso de todas las habitaciones, pero no hay nadie. Vuelves a gritar sus nombres, no obtienes ninguna respuesta. Desde la ventana de tu habitación observas la calle, las parcelas cercanas, todo está tranquilo, son las seis de la tarde de un día laboral. Mientras observas, te das cuenta que estás empapado en sudor, la espalda, la frente… ¿cuándo acabará este maldito verano? Te abres el nudo de la corbata, doblas las mangas de tu camisa y abandonas la habitación.


Contrariado, te diriges al salón, la estancia presenta el mismo aspecto que la cocina, una habitación vivida pero vacía, un cenicero con colillas, un libro reposado en la mesita de centro, un vaso de agua a medias. Todavía puedes percibir el olor a tabaco en el ambiente, y casi ver a tu mujer leyendo a Patricia Highsmith, con el cigarro en la mano y observando el juego de Álvaro con el rabillo del ojo. También tú decides encender un cigarro e intentar buscar un poco de esa calma que te es esquiva desde hace un tiempo. Sacas de un bolsillo del pantalón un pastillero, coges un ansiolítico y tras partirlo en dos te lo tomas con un trago de agua. Te dices que no pasa nada, que estás exagerando las cosas. Y ciertamente no es para tanto, el ligero mareo que te produce el humo en tus pulmones te confiere una pequeña tregua. Últimamente todo va muy rápido en la empresa, despidos, cambios en el organigrama, objetivos que no se alcanzan. Demasiada presión para no acusarla, incluso alguien como tú, tranquilo y reflexivo. Reposas la cabeza en el sofá y decides esperar pacientemente. Sin darte cuenta, caes en un profundo sueño.
Cuando despiertas, ya es de noche, han pasado casi dos horas. El aspecto de la casa es inquietante, tal solo iluminada por la luz de las farolas de la calle que se cuela por los ventanales. Tu desasosiego va en aumento cuando empiezas a ser consciente de la situación, tienes el estómago en un puño, y un incipiente dolor de cabeza. Nunca te sentaron bien las siestas. Te levantas de un salto, y rápidamente repites el recorrido por las habitaciones de la parte superior, pero el resultado es el mismo, están vacías. Sales a la calle, el hueco en el que Inés aparca su coche sigue también vacío. Tu desconcierto va en aumento, pero intentas pensar… El móvil, claro ¿cómo no se me habrá ocurrido antes? Coges el móvil y empiezas a marcar…pero algo extraño sucede, no recuerdas el número de tu mujer, por más que te empeñas te es imposible recordarlo.


Finalmente, devorado por la ansiedad, decides buscarlo en el teléfono, pero en tus contactos por la letra “I” no aparece el teléfono de Inés, observas atónito la lista, “Isabel”, “Inmaculada”, “Icíar despacho”… tienes el corazón acelerado, estás muy confuso. Todavía a oscuras te sientas en el sofá de nuevo, los codos apoyados en las rodillas, la cabeza entre las manos. Intentas de nuevo recordar el teléfono , pero no te viene nada a la cabeza, ni un número… No sabes que te pasa, aunque lo achacas a la confusión que te produce la desaparición de tu familia. Tienes la boca seca, decides tomar una cerveza.


De camino a la nevera, intentando respirar con calma, evocas la imagen de tu mujer, la de tu hijo, pero como a un amigo que hace años que no ves, te cuesta ponerles cara, lo que te provoca una mayor ansiedad, tienes que calmarte. Tu diálogo interno es acelerado, catastrófico, piensas en lo peor… De vuelta al salón, enciendes la luz, buscas instintivamente entre las fotos las caras de Álvaro e Inés, pero no tienes allí ninguna foto suya, piensas que cuando esto acabe tienes que hablar con Inés para enmarcar alguna foto de la familia. Pero de repente, una premonición te acecha de manera inquietante, fría como el filo de una espada. Sales corriendo escaleras arriba, entras en la habitación de matrimonio, y abres el armario… Al instante, tu visión se enturbia, y sin apenas darte cuenta, las frías lágrimas que te anegan los ojos ruedan pesadas por tus mejillas. En el armario no hay ni una sola prenda de ropa femenina.


Te echas las manos a la cabeza, ¿Qué es lo que te pasa? Intentas calmarte y convencerte de que alguien ha robado toda la ropa de Inés, pero tú sabes que eso no es cierto. Estás desconcertado, no entiendes nada, avanzas a trompicones por el pasillo, bajas al salón y te sientas en el sofá. Es ese mismo instante suena el móvil, te asusta su sonido estridente en medio del silencio. Lo observas, es un número desconocido, descuelgas…


-¿Dígame?- al otro lado de la línea, alguien guarda silencio.- ¿Quién es?
-Gonzalo, soy yo…Inés.- Mientras oyes su voz, observas que ha empezado a llover.


FIN

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