viernes, 12 de noviembre de 2010

EL INQUIETANTE MOMENTO DEL BALANCE


La tarde se va escapando lentamente, con la cadencia triste y pausada que todo lo domina los domingos por la tarde. El sol se oculta tras de las montañas, y se asemeja al rastro de un enorme fuego que amenaza con consumirlo todo. Miles de coches transitan una carretera que se diría distinta de la que les vio partir hace tan sólo dos días; los rostros más taciturnos, los maleteros más vacíos, los parabrisas más sucios…
Marcos mete la mano en el bolsillo de la camisa y saca un cigarro, baja un dedo la ventanilla y lo enciende.
- Te he dicho mil veces que no me gusta que fumes en el coche- Luisa habla sin mirarle a la cara, con un tono quedo pero cargado de reprobación.
- Pero si la ventana está abierta…- Marcos le pone cariñosamente la mano en el muslo- Le doy dos caladas y lo tiro.
La velocidad del tráfico desciende a menudo que se aproximan a la ciudad, están prácticamente parados. Ha oscurecido completamente, y entre las potentes luces de los coches, la noche se intuye un territorio inhóspito.
- Sara está más gorda ¿no crees? – dice Luisa ha apoyando un codo en la ventanilla, y descansando la cabeza en la mano.
- No sé, ¿tu la ves más gorda?
- Yo la veo más gorda y más triste, creo que les pasa algo a Iker y a ella. Si te fijas, prácticamente no se han hablado en todo el fin de semana.- Habla mirando al vacío, como si lo que dice, se le estuviese ocurriendo en ese mismo instante- Es horrible estar en pareja cuando las cosas no funcionan…Para eso es mejor estar solo.
- Si - Marcos quiere hacerle ver que la escucha, aunque le molesta sobremanera hablar de la vida de otros. Realmente está atento a la radio, que con un volumen casi imperceptible, no ha dejado de transmitir los partidos de la liga de fútbol.
- Iker y Sara son la típica pareja que no se separará jamás. Es como si tuviesen interiorizado que van a seguir siempre juntos.
- Eso nunca se sabe, mira tu prima Rocío. Tampoco pensábamos que sería capaz de separarse.- Marcos está aburrido de hablar del tema, y se indigna consigo mismo por parecer entretenido. Su buena educación es como un resorte, algo que no puede evitar. Piensa en mostrarse molesto, pero no demasiado, y al final sus palabras le suenan a la de alguien realmente interesado.
- Ya, pero lo de Rocío es diferente. Ignacio le fue infiel.- Luisa cambia de postura, ahora lo mira a la cara, observa su perfil alargado, las gafas de pasta, el frondoso bigote- ¿Tú me has sido infiel alguna vez?
Mirando a Marcos, cualquiera diría que ha recibido un impacto real, más que dialéctico. Su sobresalto le ha hecho agitarse ligeramente. Se ha quedado con la boca entreabierta, mirando al frente.
- ¿Pero se puede saber a qué viene eso ahora? – Marcos ya no está pendiente del fútbol, ya está concentrado en la conversación con Luisa, a la que mira con los ojos muy abiertos, entre la indignación y la duda.
- No sé, siempre me lo he preguntado... No te han faltado oportunidades, con una enfermera, o en todas esas jornadas médicas en las que vais sólo tíos ¿nunca habéis ido a un burdel?
- No entiendo nada… – ahora a Marcos ya la mira a la cara, fijamente aprovechando que la circulación está detenida - ¿se puede saber que mosca te ha picado?
- No tienes que ponerte así, sólo era una pregunta.- dice Luisa dejando de mirarlo- Además, soy tu pareja y tengo derecho a saberlo.
- ¡Pues no, claro que no te he sido infiel! Y aunque tengas derecho a saberlo, creo que este no es momento, ni lugar para una pregunta como esa- Marcos habla con firmeza, elevando un poco el tono de voz, aunque no demasiado.
- Vale, vale. Tranquilo.
El silencio se adueña del coche, sólo se escucha el murmullo del motor. El tráfico se ha vuelto más fluido de repente. Luisa abre la ventanilla para que entre un poco de aire puro. Sin embargo, por la abertura penetra un aire gélido de principios de invierno, y con un olor desagradable, como químico. Están pasando junto a un polígono industrial, y los enormes carteles, iluminados de manera estridente, son estruendosos reclamos llamando la atención en mitad de la noche que crean un paisaje artificial. Luisa observa las calles desiertas del polígono, mientras reflexiona sobre la culpa. La culpa como un gas que penetra por las más finas rendijas, como un contaminante gel, que avanza hasta alcanzar cualquier recodo de tu vida. La que genera una sed de aprobación por el otro, de aceptación por el otro, la necesidad del perdón al fin y al cabo. Maldice a la moral judeo-cristiana en la que se crió, se maldice a si misma, presa dentro de su culpa como dentro de un duro corsé que se ciñe cada vez más a su cuerpo hasta dificultarle la respiración. Por un instante se traslada al momento anterior al nacimiento de su culpa, y piensa en la posibilidad de haber actuado de manera distinta, en volver atrás y cambiar el rumbo de las cosas. Aunque realmente no sabe cuál fue el punto de inflexión; el momento de dar el primer beso, o el de aceptar la primer copa ¿cuándo comenzó a ser infiel? Además, piensa, nada se puede hacer con el pasado, sólo asumir las consecuencias.
Por su parte Marcos, aprovechando el silencio, se ha vuelto a concentrar en el fútbol. Distraído, mira los mojones que marcan los puntos kilométricos de la carretera y piensa que son simbólicos testigos del paso del tiempo; han pasado de ser pilones de hormigón bastos y pesados, a estilizados perfiles hechos de alguna aleación ligera, pintados con modernas pinturas reflectantes.
- Perdona, me he pasado un poco – Luisa le mete cariñosamente la mano en el bolsillo de la camisa, saca un pitillo y se lo pone en la boca.
- Gracias- Marcos sonríe agradecido-
- Creo que estaba un poco celosa. No sé, has pasado mucho tiempo con esa chica, Andrea, la nueva novia de Nicolás. Es muy guapa.
- Por favor, Luisa… - Sigue sonriendo con el cigarro todavía apagado en la boca. Lo enciende mecánicamente y continúa- Pero no puedes hablar en serio. Esa chica tiene veinte años menos que yo. Además no es mi tipo, nunca me han gustado las mujeres altas…Yo prefiero las pequeñitas como tú- Al decirlo le acaricia la cara mientras conduce. Sin mirarla, su caricia es un gesto paternal.
Luisa fuerza una sonrisa que pretende tener tono de disculpa, pero que es la imagen viva de la tristeza. Gira la cara hacia la ventanilla, y aunque sepa que él será incapaz de sospechar ese matiz en ella, se siente incómoda, como desnuda. Fija la mirada en el vacío cambiante que es la noche; se intuye algún arbusto, puede que la silueta de un animal, algo de basura en el arcén. Perdida en sus reflexiones, imagina un paisaje onírico, de colores vivos e irreales. Es un inmenso valle y está desierto, ella está en la cima de una montaña, y oye en la distancia a Marcos gritando su nombre. Entonces piensa, ¿cómo se puede estar tan lejos sentados dentro de un coche?

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